- Por Carlos Garibaldi, Secretario Ejecutivo de Arpel.
Arpel lleva 59 años catalizando la cooperación entre nuestras empresas miembro. Lo hacemos también articulando con agencias, ministerios y con otras asociaciones nacionales e internacionales afines. Hoy impulsamos en la región las transformaciones del sector que hagan realidad las transiciones energéticas.
Como industria regional, tenemos bien clara la urgencia climática y la consecuente necesidad de dichas transiciones. Las estamos encarando como sector, descarbonizando nuestras operaciones y diversificando nuestros portafolios de productos energéticos con la incorporación de energías renovables. Encaramos esta transformación porque somos realistas y porque tenemos las capacidades tecnológicas, y también las de adaptarnos, evolucionar e innovar.
Pero se trata de lograr transiciones multidimensionales, plurales y justas. ¿Por qué insistimos en esas condiciones? Nos referimos a los cuatro aspectos siguientes: los derechos de la región, los de los países, los de la gente y, por qué no, los derechos de nuestro sector industrial.
Como región, tenemos la matriz energética primaria más limpia del planeta. Comparando con el promedio mundial, usamos una quinta parte del carbón, el doble de energías renovables y generamos el doble de energía eléctrica de fuentes renovables. Con el 8,3% de la población mundial emitimos el 4,7% del CO2 global.
No sería Justo que debiéramos pagar colectivamente por las externalidades ambientales generadas por el Norte Global, que con un séptimo de la población mundial ha emitido un 43% de los gases de efecto de invernadero (GEI) desde 1850.
Como países, cada uno debe trazar su propio sendero de Transición Energética. No existe un único camino global; tampoco existe un único camino regional, porque somos una región muy heterogénea en desarrollo socioeconómico, en matrices energéticas primarias y en dependencia de los hidrocarburos. Nuestras contribuciones a la transición energética global se adaptarán entonces a la situación y punto de partida de cada país, cada uno trazando su propio mapa de ruta. Además, en muchos de nuestros países los hidrocarburos desempeñan un papel fundamental en el desarrollo socioeconómico, ya que afectan los ingresos fiscales, la inversión extranjera directa, las exportaciones y el PBI.
No sería justo que nuestros países productores de hidrocarburos no tuvieran el derecho a desarrollar sus recursos de manera sostenible, y a monetizarlos para aliviar su pobreza estructural y energética.
Desde el punto de vista de nuestra gente, nuestro PBI per cápita es un octavo el de los Estados Unidos, un quinto el de la Unión Europea y sigue siendo inferior al promedio mundial. Una tercera parte de nuestros habitantes vive en pobreza estructural, uno de cada seis en pobreza energética y uno de cada ocho en la indigencia, y con una gran incidencia de empleo informal.
El clima importa, pero la seguridad y asequibilidad energéticas también importan, porque también afectan la calidad de vida de la gente. Debemos encarar entonces procesos justos e inclusivos, que a la vez disminuyan la pobreza energética y tengan en consideración cada contexto social.
No sería Justo que no pudiéramos proveer sustentablemente energía de suministro confiable y económicamente accesible a toda la población, sin dejar a nadie atrás.
Como Sector Industrial, solamente el 43% de las emisiones de GEI de nuestra región se deben a la energía, vs. el 75% en el promedio mundial. Nuestras emisiones están dominadas por la agricultura, el uso de la tierra, y la muy lamentable deforestación gradual de la cuenca amazónica, que actúa como un magnífico sumidero de carbono y contiene todavía aproximadamente la mitad de los bosques tropicales que le quedan al planeta. Preservarla debe ser una prioridad.
Las empresas hidrocarburíferas ya cumplen un rol clave en el financiamiento de las transiciones energéticas, invirtiendo en la descarbonización de sus operaciones, procesos e instalaciones, en mejorar sus eficiencias mediante su transformación digital, en minimizar venteos y quemas a lo estrictamente necesario para la seguridad, y en diversificar sus portafolios de productos energéticos con energías renovables.
No sería justo, y peor, sería miope y contraproducente, intentar asfixiarnos mediante la negación de acceso al financiamiento.
Entonces, para resolver el problema climático que nos aflige a todos por igual, son necesarios realismo, pragmatismo y cooperación. Si queremos resolver el problema tenemos que abandonar el pensamiento mágico. Sistemas multidimensionales y complejos sujetos a grandes incertidumbres responden muy mal a soluciones reduccionistas.
No hay escenario de reducción de emisiones, por más aspiracional que sea, que elimine al petróleo y, sobre todo, al gas natural de la matriz energética primaria global. Somos entonces parte de la solución, actores principales de las transiciones energéticas no sólo justas, sino también viables.
No visualizamos entonces el fin del petróleo y el gas, porque esta es una transición y no un reemplazo abrupto. Deberíamos enfocarnos en reducir emisiones, no en cancelar a un sector.
Hablemos ahora de la ventana de oportunidad para nuestra región que nos brinda la intersección entre la seguridad y las transiciones energéticas, y de nuestro desafío para aprovecharla. Recalquemos que, en esa intersección, calza particularmente bien el gas natural. No es un combustible de transición; es un combustible en transición, no es un puente, sino una vía.
Con respecto a la seguridad energética global, en ALC se han descubierto el 40% de los recursos hidrocarburíferos encontrados globalmente desde 2020. Los avances, resultados y planes de las industrias del petróleo y el gas de Brasil, Argentina, Colombia, Perú, Guyana y Surinam, por dar ejemplos, posicionan a América Latina como un potencial actor clave para contribuir a satisfacer la creciente demanda de energía de manera confiable, segura y asequible.
Nuestros recursos de hidrocarburos, y sobre todo los del gas natural, además de brindarnos seguridad energética en paralelo a seguir optimizando nuestra matriz primaria, tienen el potencial de generar saldos exportables significativos que podrían ayudar a descarbonizar a Asia, por ejemplo. América Latina y el Caribe también ofrece generosas áreas de sol y viento, y abundancia de recursos minerales esenciales para la transición.
La pregunta es, ¿será capaz nuestra región de capitalizar estas oportunidades ofreciendo suficientes ventajas competitivas para ser un proveedor importante de petróleo, gas y otras formas de energía en un futuro con menos emisiones de GEI? ¿Se alinearán las políticas, los mercados y las inversiones para alcanzar ese potencial? ¿Ofrecerá la región la claridad política, la estabilidad y previsibilidad regulatoria, la seguridad jurídica y la transparencia necesarias para atraer inversiones? ¿Llegaremos a tiempo a la estación, o nos perderemos este tren?
Necesitaríamos entonces una mejor articulación y alineación público-privada. Necesitamos políticas de Estado, de largo plazo y no sujetas a ciclos electorales y vaivenes ideológicos. Necesitamos regulación que agilice los permisos, los nuestros, los de la minería y los de las energías renovables. Y para lograr o mejorar la integración, aunque sea en bloques subregionales, necesitamos mejor coordinación también entre nuestros gobiernos, armonizando infraestructuras, planeamiento, regulaciones, y políticas impositivas y aduaneras.
La política sectorial (si es de Estado, tanto mejor) construye el camino, la regulación coloca la señalización vial, pero se debe construir el camino antes de instalar la señalización. Pero fundamentalmente, el camino debe tener un destino claro y ser atractivo a los usuarios, libre de baches, barreras innecesarias y callejones sin salida.
Debemos recordar y comunicar mejor también que los hidrocarburos no son solamente combustibles, sino que son los insumos de fertilizantes, textiles, medicamentos, cosméticos, plásticos, solventes, resinas, neumáticos, fibras de vidrio, etc., que hacen a nuestra vida diaria y enriquecen su calidad. Disminuirá, pero no desaparecerá en el futuro previsible su rol como combustibles, y por sus otras aplicaciones seguirán siendo parte de nuestras vidas.
Con capacidad de visión estratégica, agilidad de adaptación táctica, nuestra resiliencia de siempre a las incertidumbres y eventos disruptivos económicos y geopolíticos, y con una mejor articulación entre empresas, gobierno y sociedad, seguiremos siendo el motor del desarrollo socioeconómico y la “industria de industrias” que llevamos siendo durante más de un siglo. (De Newsletter de ARPEL)