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Infraestructura, regulación y voluntad: los verdaderos desafíos de la integración energética regional

  • Por Andrés Rebolledo Smitmans, secretario Ejecutivo de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE). //

Andrés Rebolledo Smitmans, secretario Ejecutivo de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE).

La transición energética está generando un cambio de paradigma en los sistemas eléctricos. Ya no basta con diversificar la matriz o aumentar la participación de renovables; se trata de reorganizar cómo se genera, transporta y consume la energía. En ese marco, la integración energética regional aparece como una aspiración lógica y cada vez más urgente, pero también como un desafío complejo y estructural que requiere una mirada de largo plazo, coordinación política y decisiones audaces.

América Latina cuenta con una diversidad única de recursos: abundancia solar en los desiertos del sur andino, hidroenergía en la cuenca amazónica, geotermia en Centroamérica, y eólica a lo largo y ancho del continente. Esta complementariedad natural permitiría diseñar un sistema eléctrico interconectado más resiliente, eficiente y sostenible. Sin embargo, transformar este potencial en proyectos de interconexión real implica mucho más que tender líneas de transmisión o armonizar modelos normativos y tarifarios. Supone un esfuerzo político real de avanzar en proceso de planificación regional que trascienda la visión autárquica de los mercados energéticos nacionales.

La integración regional exige cambios normativos, coordinación regulatoria y adecuación técnica de las instalaciones existentes. También requiere que las empresas estén dispuestas a competir en un entorno más abierto y regionalizado, lo cual, en ocasiones, genera resistencias comprensibles. Se deben abordar cuestiones importantes planteadas por algunos actores del sector energético que han expresado cierto escepticismo frente al proceso, aludiendo a impactos en la rentabilidad, incertidumbre regulatoria o pérdida de control sobre el despacho nacional.

El avance de la integración ha sido disparejo. En Sudamérica Iniciativas, como el Sistema de Interconexión Eléctrica Andina (SINEA), han contado con la participación de varios países, incluido Chile, y han logrado avances en diagnósticos técnicos y más recientemente una nueva normativa regional del sector. Por otra, SIESUR ha dado pasos importantes, actuando sobre barreras antes invisibilizadas, con resultados inmediatos en el incremento de los intercambios bilaterales, pero aún debe avanzar para construir un espacio subregional de integración. A pesar de estos avances, el comercio de electricidad sigue siendo bilateral y de oportunidad. En el caso de Chile, por ejemplo, a pesar del compromiso del Gobierno, aún no se ha logrado iniciar un proceso para avanzar en una integración eléctrica con Perú y una ampliación de la limitada interconexión con Argentina

En este escenario, proyectos de infraestructura como es el caso de Kimal–Lo Aguirre en Chile— cobran un nuevo sentido. No se trata solo de conectar zonas remotas con centros de consumo dentro de un país. Estas obras pueden ser plataformas futuras para una interconexión regional más ambiciosa. Pero para eso, deben estar acompañadas de instituciones supranacionales más robustas, marcos regulatorios comunes, confianza política y visión estratégica compartida.

Las condiciones para avanzar están. Proyecciones indican que América Latina y el Caribe podría superar el año 2025 los 20.000 millones de dólares en inversión en energías renovables, consolidándose como una de las regiones más activas en esta transición a nivel global. Este contexto refuerza la idea de que, con planificación estratégica e infraestructura moderna, la región está preparada para dar pasos concretos hacia una mayor cooperación energética.

Pensar la energía como un bien compartido más allá de las fronteras, exige voluntad y una nueva forma de entender la cooperación regional. No es solo una cuestión técnica o económica: es también un acto político. La integración energética regional es viable, pero debemos ser activos promotores para concretarla. Y avanzar en ella requiere más que infraestructura: requiere convicción colectiva.

 

 

 

 

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