“En cuanto al futuro, no se trata de predecirlo, sino de hacerlo posible» (Antoine de Saint Exupery, Ciudadela, 1948).
Esta frase del escritor y autor de “El Principito”, su obra más famosa, nos enfrenta a una realidad que cada día se hace más evidente. Estamos frente a un futuro incierto. Nuestro planeta está en peligro. Tanto así, que el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, Intergovernmental Panel on Climate Change) reveló el año pasado en un informe que, “la diferencia entre detener el alza de la temperatura en 2 grados en vez de en 1,5 grados es, literalmente, de vida o muerte. La extinción masiva de especies o 10 centímetros más de aumento del nivel del mar son solo parte del contraste entre uno y otro”. El tiempo, sin duda alguna, apremia, mientras los gases de efecto invernadero nos ahogan, ya no lentamente, sino a una velocidad mayor a la imaginable hace apenas unas décadas.
El IPCC es un órgano de apoyo científico y técnico creado por la Organización Meteorológica Mundial y el Programa Ambiental de Naciones Unidas (PNUMA) en 1988, compuesto por expertos científicos en cambio climático de todo el mundo, con el fin de hacer el análisis exhaustivo, abierto y transparente de los riesgos asociados a los impactos en el cambio climático, sus posibles repercusiones y las posibilidades de adaptación y atenuación de sus efectos. El IPCC ha actuado como un buen doctor, es decir, entregando un buen diagnóstico. Pero, los dueños de casa, es decir, los líderes políticos de todo el mundo han estado más ocupados en buscar fórmulas para sentirse más poderosos, que en reaccionar frente al apocalipsis que algunos se niegan a aceptar. Son los habitantes del planeta, los más jóvenes, los que han alzado la voz frente al escenario que nos estremece. Un claro ejemplo es el caso de Greta Thunberg, la activista sueca de 16 años, que ha movilizado a miles de jóvenes en contra del cambio climático y que se espera pueda llegar a Chile para la Cumbre Climática COP 25, entre el 2 y el 13 de diciembre próximo, para hacerse oír
Chile en su calidad de anfitrión hace esfuerzos. Marca rumbos, aplaudidos desde dentro y fuera de nuestras fronteras. Pero, obviamente no es suficiente. En superficie y en número de habitantes, somos la nada misma. Y se requiere un esfuerzo conjunto y urgente.
Como dice Carlos Finat, director ejecutivo de la Asociación Chilena de Energías Renovables y Almacenamiento (ACERA), “la COP 25 tendrá que ser un punto de inflexión en las políticas nacionales e internacionales respecto de la urgencia de acelerar las medidas necesarias para frenar el calentamiento global, el desafío más grande que ha enfrentado la humanidad”. Y en ese contexto, Chile tiene la oportunidad de consolidar su liderazgo al comprometer medidas altamente ambiciosas, como lograr un Chile 100% Renovable el año 2040 en electricidad, con un 100% de vehículos eléctricos al 2050, además del ya público compromiso de ser carbono-neutral al 2050.
Pero ¿es esto solo un lindo discurso? ¿Qué dicen los hechos?
Para nadie es un secreto que Chile es un ejemplo mundial en términos de desarrollo de las energías renovables no convencionales (ERNC). Al Gore en 2017 destacaba en sus conferencias internacionales, la verdadera “revolución energética” que vivía nuestro país en el ámbito de las energías renovables.
En 2013, teníamos 11 megavatios de ERNC, en 2014 llegábamos a 400 megavatios; en 2016 nuestra matriz contaba con 800 megavatios y el crecimiento ha continuado exponencialmente. En agosto de este año, la capacidad instalada de energía en Chile era de 25.013 MW. De ese total, las ERNC alcanzaban a 5.650 MW, representando el 22,6%; la hidráulica convencional llegaba a 6.237 MW, representando el 24,9%, pero la energía térmica seguía liderando la matriz, con una capacidad instalada de 13.072 MW y con el 52,3% de participación. Por otra parte, el almacenamiento energético, conocido técnicamente como BESS (Battery Energy Storage System) era de 54 MW, representando 0,216%. El almacenamiento resulta fundamental para respaldar la generación de energía con ERNC, especialmente la solar y eólica, que se caracterizan por su intermitencia.
Chile tuvo un proyecto extraordinario en el desierto de Atacama, considerado el mejor lugar del mundo en cuanto a su nivel de radiación, por lo cual es el lugar ideal para el desarrollo de la energía solar. Allí se iba a construir el proyecto “Espejo de Tarapacá”, que iba a contar con un sistema de almacenamiento que operaba con agua de mar, con lo cual habría producido energía 24 x 7. Lamentablemente, los gestores no lograron su financiamiento y el sueño fracasó. Pero, hay muchos otros que continúan materializándose. Como publicó el Washington Post. “Chile es la Arabia Saudita de las Energías Renovables” y las proyecciones de desarrollo son enormes. El sol es una fuente inagotable de radiación y las innovaciones tecnológicas han permitido reducir notoriamente los costos de generación solar, razón por la que aún queda mucho espacio para la gestación de nuevos proyectos.
También, las energías mareomotrices y la geotérmica se insinúan en nuestro territorio, con algunos proyectos, que demuestran los atributos naturales de nuestra geografía para la generación de renovables. Como dice Finat, en 20 años más, deberíamos ser capaces de tener el 100% de nuestra generación basada en energías limpias.
La carbono- neutralidad que esperamos lograr al 2050, es otro gran desafío para este gobierno y los que vendrán. La ambiciosa meta la ha puesto el Presidente Piñera como parte de su discurso en la COP25. Para lograrlo, Chile debería ser capaz de absorber tanto dióxido de carbono (CO2) como el que genera, de modo que el impacto medioambiental sea cero. Por esto, el impulso que se está dando a la electromovilidad. Para nadie es un misterio que el transporte es el principal generador de C02 y el país ha avanzado notablemente. En poco tiempo ha tomado la delantera, ubicándose en el segundo lugar en el mundo, después de China en contar con buses 100% eléctricos en el transporte urbano; y se trabaja en crear una infraestructura de electrolineras en Santiago y regiones, como una manera de incentivar la compra de vehículos eléctricos entre los privados. El compromiso de la Ruta Energética 2018-2022 es aumentar en al menos 10 veces el número de vehículos eléctricos hacia 2020. Asimismo, todo el transporte público está pensado que sea eléctrico de aquí al 2040.
Asimismo, el Gobierno ha puesto el foco en la forestación, en el tratamiento eficiente de los residuos industriales y hogareños y en las exigencias a la industria minera para reducir sus emisiones. De hecho, se han efectuado fuertes inversiones en la modernización de las 7 fundiciones existentes en el país y se desarrollan campañas para mejorar la eficiencia energética y fomentar la economía circular en diversos ámbitos.
Todo lo que se haga en este sentido, nunca será mucho. Debemos recordar que, en 2015 -hace 4 años- nuestro planeta alcanzó el nivel más alto de dióxido de carbono en la historia de la humanidad. Perdemos el equilibrio. La tierra se vuelve árida, aumentan las erupciones volcánicas por doquier, huracanes, trombas marinas, derretimiento de los hielos eternos y glaciares, inundaciones, aumento del nivel del mar, grandes oleajes, presencia de granizos de tamaño gigantesco, temperaturas estivales que superan todos los récores y otros fenómenos naturales, están perdiendo esa característica, para convertirse en habituales. El reloj no se detiene. Por eso, la COP25 debe ser la última oportunidad que tiene la humanidad para reaccionar. Chile está dando un ejemplo al mundo y necesitamos muchos más que nos imiten.
Silvia Riquelme Aravena
Directora